¿echábais de menos a Jose Luís por el blog? yo si y me alegra traéroslo de vuelta con este nuevo relato que termina de una manera completamente diferente a como empieza. Espero que disfruteis con su lectura y que os animéis con alguno de sus otros títulos.
¿Y si tu mayor terror fuera la verdad? ¿te atreverías a descubrirla?
Como cada mañana, Ana se había levantado temprano. Entre sus manos sostenía una taza de su té favorito mientras observaba el amanecer, sentada en el alféizar de una de las ventanas de su humilde vivienda. Le encantaba ver salir al astro rey entre las estrechas y amontonadas casas de Sirafen.
El sereno de la noche, en aquel momento, comenzaba a apagar las antorchas que iluminaban levemente las calles de aquella gran ciudad. Pero no siempre fue así: aquella metrópolis proliferó gracias a una rica mina de minerales y piedras preciosas que poseía, alrededor de la cual se formó un asentamiento que, poco a poco, creció hasta la extensión que tiene hoy en día.
La mayoría de artesanos que vivían ahí se dedicaban al negocio de la minería, joyería o similares. Excepto ella. Por una casualidad del destino, cuando todavía era niña y vivía con sus padres en Pilanos, un joyero arrojó a la calle una piedra roja brillante diciendo que le habían estafado, pues no era un rubí. Ana, fascinada por la belleza de la piedra, la recogió y comprobó que el hombre estaba en lo cierto, pues nada más tocarla, la piedra se empezó a deshacer. Así que decidió dejarla en una repisa de su habitación y evitar tocarla para que no perdiera su belleza.
Fueron muchos años después, habiendo perdido a sus padres y heredado la panadería familiar, cuando descubrió fortuitamente el verdadero valor de su roca brillante. Un día, mientras se disponía a hacer su colada, tropezó con el estante donde estaba la piedra y el destino quiso que esta cayera al interior del cubo lleno de agua, tiñéndola de un rojo carmesí.
A raíz de ahí comenzó a realizar pruebas con diferentes ropajes, y descubrió que podía tintar todo tipo de prendas, dándoles un color rojo más puro que el de cualquier otro tinte. Durante esos meses averiguó que su roca se llamaba irita y que era desechada cuando se extraía. ¿Y si fuese una piedra cuyas virtudes nadie sabía?
Tras darle muchas vueltas y ver las posibilidades de dar un giro a su vida, decidió trasladarse al pequeño pueblo de Sirafen, al sur de Pilanos, donde una creciente industria minera hacía que el pueblo estuviera en boca de todo el mundo. No tardó en vender el negocio familiar para correr con los gastos y poder iniciar su nueva vida.
Cada mañana, mientras amanecía, le gustaba recordar esta historia y la suerte que tuvo al toparse con aquel hombre, pues su negocio nació gracias a él.
El trabajo la desbordaba, ya que, al ser la única fabricante de semejantes tintes, apenas tenía tiempo para descansar. Así que terminó su té, que ya estaba frío, y bajó al piso de abajo para comenzar con sus quehaceres.
La planta baja era una zona diáfana, con varias cubas enormes de madera, que usaba para disolver la irita en agua. A la derecha de la habitación había varios rascadores de metal, dispuestos para frotar las piedras y convertirlas en polvo. Finalmente, al fondo, tenía un amplio tendedero con cuerdas colgadas de pared a pared, donde dejaba secando los ropajes ya coloreados. Cubriendo el suelo había montones de manchas. Algunas rojas como el tinte con el que trabajaba. También había varias manchas negras de una sustancia pegajosa, parecida al té que solía tomar. Algo normal, pues muchas veces derramaba su taza, inmersa en el trabajo que estaba haciendo.
Ana se recogió su larga cabellera negra y se acercó a una de las cubas,
–Esto ya debe de estar listo–pensó para sí misma, pero se detuvo justo al borde del recipiente, mirando su vestido–. Diantres, ya he vuelto a mancharme –dijo mientras miraba su vestido de lino, a la altura del abdomen–. Bueno, ya lo limpiaré más tarde, tengo mucho trabajo.
Comenzó a extraer ropas y atuendos de las cubas, dando por iniciado su trabajo. Cada prenda, después de tintar, pasaba por unas prensadoras manuales para extraer toda la humedad posible. Seguidamente las colgaba de las cuerdas de secar y las dejaba varios días, momento en el cual estaban listas para su entrega.
Aquella mañana el trabajo le estaba siendo ameno, ya que el día anterior había dejado bastante adelantado para tener tiempo de su almuerzo. Un momento realmente especial, pues su querido Lance pasaba junto a su ventana, siempre a media mañana. Le encantaba poder cruzar una fugaz mirada con él y, de vez en cuando, una tímida sonrisa. Aunque nunca se atrevió a dirigirle una sola palabra, tenía pavor a ser rechazada. Ese miedo le inundaba cada mañana, en el momento de encontrarse con él, aunque su deseo de poder verlo siempre superaba a sus terrores. Así que, sin pensarlo, recogió la sala y preparó un té de hierbas para ir junto a la ventana a sentarse y esperar a su amado.
Se le había hecho algo tarde a pesar de tener tiempo de sobra, por alguna razón el té tardó más de lo normal en estar listo y, aun habiendo estado más tiempo preparándose, le parecía que estaba frío. Pero no importaba, no podía faltar a su cita. Así que se apresuró para estar en su posición para recibir a Lance.
–¡Dioses! –gritó de pronto Ana, mientras su taza de té caía al suelo, impregnando los tablones con la sustancia oscura y pegajosa que contenía.
Se quedó petrificada, un escalofrío recorrió su cuerpo al ver aquel rostro pegado a la ventana. Era un hombre de mediana edad, tenía una frondosa barba negra y miraba fijamente al interior de su vivienda.
–¡¿Qué hace ahí?! ¡¿Quién se cree que es?! –le espetó Ana con cierto nerviosismo–. ¡Le ordeno que respete mi propiedad y se vaya! –continuó.
Pero aquel hombre no se inmutó ante sus gritos. Ignorando las exigencias de Ana, miró de un lado a otro de la casa, parecía que buscaba algo. Detuvo la mirada en una de las cubas para después apartarse de la ventana y alejarse hasta desaparecer.
Ana, presa de los nervios, se sentó junto a la ventana, tratando de averiguar hacia dónde había ido con la intención de llamar a la guardia e informar del asunto. Pero no consiguió ver nada, tan solo estaban la calle y sus habituales viandantes. Estuvo un rato allí sentada, esperando a Lance, sin embargo, no llegó a verlo, quizás se le había hecho tarde, perdiendo la oportunidad de cruzar una mirada con él.
Tuvo tiempo para pensar y estaba casi convencida de lo que buscaba aquel hombre. No era otra cosa que el secreto de sus tintes para robarle la idea e imitar sus productos, algo que no pensaba permitir.
Se levantó decidida y atrancó la puerta por dentro. Se dirigió a la parte trasera con la intención de hacer lo propio con la otra puerta de acceso a su casa, pero una vez más, ahí estaba. Ese rostro estaba pegado a las cristaleras de la parte trasera, mirando fijamente el interior.
–¡Fuera! –gritó con todas sus fuerzas–. ¡No entrarás! –continuó mientras colocaba un barril de irita en la puerta y corría a refugiarse en la su habitación.
Bloqueó la puerta y comenzó a llorar.
–Me están acechando, quieren entrar y llevarse el secreto de mis tintes... No se lo permitiré –dijo para sí misma.
Se sentó junto a la ventana, mientras sollozaba, con la esperanza de ver a un guardia al que poder hacer señas y pedir auxilio. Pero no hubo suerte, tan solo la misma gente de cada día, pasando una y otra vez, preocupada en sus quehaceres.
Sin apenas darse cuenta cayó la noche y ella, esperando en su ventana, fue vencida por Morfeo, que la arropó en sus brazos.
Despertó de un respingo al entrar la primera luz del alba a través de los cristales. Se quedó mirando el amanecer como cada día, mientras sostenía una taza de té. Dio un pequeño sorbo mientras recordaba a aquel extraño hombre que intentaba encontrar algo en el interior de su casa.
Nunca le había pasado algo tan extraño y estaba preocupada. Pensó en salir y acudir al cuartel de la guardia para pedir ayuda, idea que descartó casi al instante, ya que pensó que quizás le esperaban fuera para atraparla en cuanto abandonara su vivienda. Dio otro sorbo a su taza,
–Mmm, se ha quedado frío y está un poco agrio –dijo para sí misma, mientras dejaba la taza sin terminar–. Seguro que, si espero, en algún momento veré a algún guardia al que pueda avisar.
Y justo fue lo que hizo. Sentada en su ventana miró la calle durante horas, esperando poder dar el aviso y que alguien la socorriera. Observó cómo la vida en el pueblo iba levantándose, el carnicero pasó con su carreta repleta de encurtidos y comestibles. Más tarde pudo observar como el panadero colocaba su puesto al otro lado de la calle para vender sus deliciosas hogazas. Al verlo ahí parado trató de hacerle señas, alertarlo para que la ayudara, acción inútil, ya que no consiguió llamar su atención, parecía demasiado ocupado en sus tareas.
Pasadas algunas horas pensó en su querido Lance, quizás podría verlo pasar, aunque él seguro que no la veía, ya que ella no estaba en su emplazamiento habitual. Pero tenía demasiado miedo de aquel hombre, aquel rostro siniestro, y no se atrevía a bajar al taller para esperar a su amado.
Un golpe seco, procedente de la planta baja, la sacó de sus pensamientos y provocó que diera un pequeño salto de la repisa donde se sentaba.
–Oh dios... Hay alguien en el taller –dijo en voz baja, temblorosa.
Se aproximó a la puerta de su habitación y pegó la oreja a la fría y vieja madera de la puerta, tratando de escuchar qué ocurría en la parte baja.
Unos pasos hicieron crujir la desvencijada madera del suelo. Pudo oír cómo avanzaban por toda la planta y comenzaban a subir las escaleras. El sonido cada vez era más cercano hasta que se detuvo de golpe, cerca, muy cerca. Se apartó de la puerta, asustada, mirando con fijeza el cierre, preparada por si intentaban abrirlo.
Sin embargo, no ocurrió nada, ni siquiera volvió a escuchar cómo se alejaba quien fuera que se había plantado frente a su puerta. Sus pensamientos se arremolinaban, la ira, el odio, el miedo y la inquietud se apelotonaban en su mente. Se sentía atacada y no pensaba amedrentarse, hoy no, defendería su casa y negocio con uñas y dientes.
En un arrebato de valor, agarró un robusto candelabro de su habitación y se dispuso a averiguar qué estaba ocurriendo al otro lado de su puerta. Abrió el cierre y con cuidado se asomó por ella. El pasillo estaba vacío, no había ni rastro del intruso. Sacó su cuerpo de la habitación, mirando el corredor que daba paso a las escaleras de bajada. Observó las paredes y el suelo, por alguna razón le dio la impresión de que estaban envejecidos, gastados. Normalmente tenía tanto trabajo que no disponía de tiempo para rendir cuentas a detalles como ahora, pensó en llamar al carpintero en cuanto solucionara su problema más inmediato, que no era otro que aquel intruso.
De pronto se sobresaltó al ver una extraña runa pintada en una de las paredes, brillaba con una luz blanca y cálida. Se acercó para observarla de cerca, lo que provocó que le invadiera una sensación de cansancio y letargo.
Se apartó con rapidez llevándose una mano a la boca.
–Es un hechicero –dijo para sí misma, cada vez más aterrorizada–. ¿Qué quiere de mí? ¿Qué interés puede tener en mi irita? ¿Sus piedras tendrían poderes mágicos que aquel hechicero codiciaba?
Las preguntas se agolpaban en su cabeza, preguntas que la inquietaban. Retiró la mano de su rostro y observó algo que la horrorizó. La palma de su mano estaba manchada de sangre, oscura y espesa. Con el mandil que llevaba puesto se apresuró a frotarse el rostro observando que había sangrado por la boca. Miró la runa y entendió que era una trampa. La sensación de cansancio y letargo que había sentido al acercarse era su efecto, el cual estaba convencida de que, de exponerse demasiado a él, acabaría matándola.
El valor que la había empujado a salir de su habitación la abandonó de golpe, tenía miedo, ¿cómo podía una simple comerciante enfrentarse a un hechicero que pretendía hacerse con su irita?
Corrió de vuelta a su cuarto, donde volvió a encerrarse, esperando poder avisar a alguien a través de su ventana, su vieja y sucia ventana, desde donde podía ver toda la calle.
Pasó varios días encerrada allí arriba. Podía ver siempre la misma rutina, siempre las mismas personas, los mismos comerciantes, los mismos rostros. Se colocaban puestos de venta, se desmontaban y se recogían, recorrían la calle personas con bártulos, inmersos en sus tareas diarias, el carnicero pasaba diariamente con sus productos haciendo exactamente la misma ruta de siempre, así como el panadero que vendía en su puesto sus hogazas. Pero ningún guardia hacia la ronda por aquel lugar, después de todo era una de las calles con menos incidentes de la ciudad, por lo que no era muy necesario destinar patrullas por allí.
Tampoco vio en ninguno de aquellos días a su querido Lance, era posible que al no verla esperándolo, decidió dejar de pasar frente a su ventana, pues debió de pensar que no era correspondido. Algo que llenó de congoja y tristeza su corazón, ya que no había otra cosa que deseara más que poder tener su fugaz encuentro diario con su amado.
Desconsolada y triste se acurrucó en la repisa de su ventana y se quedó profundamente dormida, el cansancio había podido con ella después de varios días sin apenas pegar ojo.
Despertó de un respingo, al entrar la primera luz del alba a través de los cristales. Se quedó mirando el amanecer como cada día, mientras sostenía su taza de té. Dio un pequeño sorbo mientras pensaba cómo salvar aquella situación.
–Mmm, se ha quedado frío y está un poco agrio –dijo para sí misma, mientras dejaba la taza sin terminar–. Tengo que ir al cuartel de la guardia, necesito ayuda –se convenció, mientras pensaba en atravesar lo más rápido posible el pasillo para evitar la trampa.
Se colocó el vestido para salir a la calle algo presentable.
–Demonios, se me había olvidado, sigo manchada de tinte y ahora, además, también de té. Se me debió de caer encima con el susto del otro día –dijo al volver a ver la mancha de su vestido, que ahora se había oscurecido, tomando algunas partes de la misma tonos negros–. No importa, no puedo perder el tiempo –continuó mientras desbloqueaba la puerta de su habitación.
Salió al pasillo, tan nerviosa que olvidó agarrar el candelabro para defenderse. Sorteó con rapidez la runa de la pared, evitando incluso mirar su cálida luz. Cuando llegó a las escaleras redujo el paso, ya que pensó que lo más conveniente era bajar despacio y con cautela, por si aquel individuo le estaba esperando abajo.
Mientras descendía, peldaño a peldaño, el frío inundó su cuerpo, parecía que estaba bajando a la mismísima región de los hielos errantes. Cuando alcanzó a ver la planta baja se llevó la mano a la boca, tratando de reprimir un grito de terror.
Estaba todo destrozado. Trozos de madera pertenecientes a sus cubas estaban diseminados por todo el suelo, un líquido oscuro manchaba gran parte de la habitación y sus encargos estaban rasgados y deteriorados. El portón de salida se encontraba abierto de par en par, dejando entrar la fría brisa de la mañana.
–¡No! ¡Maldita sea! ¡Han entrado y lo han destrozado todo! –espetó con rabia e ira.
Buscó los barriles con irita, pero seguían ahí, intactos. No lo entendía, si no habían venido a por la irita, ¿qué querían? ¿Por qué habían destrozado su casa? Y entonces lo vio, aquel hombre con barba estaba justo frente a su puerta, mirándola directamente a ella desde el exterior.
La ira y la rabia se apoderaron de ella y corrió hacia él sin control.
–¡Te mataré desgraciado! ¡Has destrozado todo lo que tenía! –dijo gritando mientras se abalanzaba hacia él.
Pero al acercarse vio a dos hombres más que le acompañaban, estaban armados con espadas y portaban una armadura blanca repleta de runas brillantes, similares a la que había en su pared. Frenó en seco a mitad de camino al verse superada,
–¡¿Necesitáis ser tres para asesinar a una comerciante indefensa?! ¡Pues venid a por mí! ¡Estoy lista! –vociferó con tono despectivo.
–Señor, deberíamos... –susurró uno de los caballeros.
–¡No! –ordenó de forma tajante el hombre con barba–. Ya sabéis que es necesario que salgan ellos mismos. Esperaremos.
–¿Tan cobardes sois? –se burló Ana–. ¡Pues no hará falta que esperéis mucho! –continuó mientras se lanzaba sobre sus atacantes, presa de la ira.
Atravesó la sala a toda prisa, con la intención de saltar al menos sobre uno de ellos y arrancarle la cara a bocados, ya que ella se encontraba desarmada. No moriría sin presentar resistencia. Pero justo en el momento en el que atravesó la puerta, se apartaron sin darle tiempo a agarrar a ninguno, haciendo que trastabillara, acabando en el suelo de la calle.
En ese instante se dio cuenta de que ocurría algo extraño. Miró sus brazos y se horrorizó, su carne estaba putrefacta, repleta de pústulas y manchas negras. Se llevó la mano a la boca y comprobó como un extraño líquido negro emanaba de ella. Se miró el vientre, observó que tenía una enorme herida que supuraba una sustancia oscura y pastosa.
Entonces lo entendió. Todo era culpa de aquellos hombres, la debían de haber hechizado. Sin dudarlo se levantó y saltó sobre ellos, pero no tuvo tiempo de hacer nada. Una espada con un veloz movimiento atravesó su cuerpo. Un fulgor cálido le recorrió por completo, haciendo que sintiera una inmensa paz que hacía tiempo no experimentaba.
Vio su cuerpo inerte en el suelo, aunque no parecía el suyo. El cuerpo estaba demacrado y podrido, como si llevara meses muerto. Le faltaban varios trozos de carne de brazos y piernas, y mostraba una enorme herida en el vientre, tenía aspecto de mordedura. Se miró las manos y esta vez sí que las reconoció: eran las suyas, tal y como las recordaba, aunque semitransparentes. Estaba muerta. ¿Había estado muerta todo el tiempo? No lo entendía. Una luz templada en el horizonte le empujaba a seguirla, pero algo llamó su atención, era aquel hombre con barba que le estaba hablando mientras la miraba directamente.
–Ahora por fin eres libre, sigue el camino y hallarás la paz.
El odio y la ira se transformaron en agradecimiento y consuelo. Por fin lo había comprendido. Ese hombre la había liberado. No pudo responder, pero no fue necesario, su mirada expresó todo lo que ella quería, ya que aquel individuo asintió sonriente a modo de despedida. Ana se giró y desapareció en aquella luz que la reconfortaba.
–¿Por qué tenemos que hacer que salgan? –preguntó uno de los soldados armados.
–Puedo ver sus almas, y las de este pueblo están atrapadas por un poderoso demonio del horror –contestó un hombre vestido con una túnica blanca y una frondosa barba negra–. Las mantiene cautivas para alimentarse de sus miedos, obligándolas a repetir una y otra vez una fracción de tiempo determinada. Si no salen de sus "prisiones", aunque las matemos, sus almas no serán libres.
–¿Y esta? ¿Cuál era el miedo que la mantenía atrapada? –preguntó el otro soldado.
–El miedo al rechazo, el demonio se aprovechó de que estaba enamorada y del terror que tenía a ser rechazada. Así la mantenía confinada en casa, por su pavor a no ser correspondida –explicó el hombre con barba.
El sereno de la noche, en aquel momento, comenzaba a apagar las antorchas que iluminaban levemente las calles de aquella gran ciudad. Pero no siempre fue así: aquella metrópolis proliferó gracias a una rica mina de minerales y piedras preciosas que poseía, alrededor de la cual se formó un asentamiento que, poco a poco, creció hasta la extensión que tiene hoy en día.
La mayoría de artesanos que vivían ahí se dedicaban al negocio de la minería, joyería o similares. Excepto ella. Por una casualidad del destino, cuando todavía era niña y vivía con sus padres en Pilanos, un joyero arrojó a la calle una piedra roja brillante diciendo que le habían estafado, pues no era un rubí. Ana, fascinada por la belleza de la piedra, la recogió y comprobó que el hombre estaba en lo cierto, pues nada más tocarla, la piedra se empezó a deshacer. Así que decidió dejarla en una repisa de su habitación y evitar tocarla para que no perdiera su belleza.
Fueron muchos años después, habiendo perdido a sus padres y heredado la panadería familiar, cuando descubrió fortuitamente el verdadero valor de su roca brillante. Un día, mientras se disponía a hacer su colada, tropezó con el estante donde estaba la piedra y el destino quiso que esta cayera al interior del cubo lleno de agua, tiñéndola de un rojo carmesí.
A raíz de ahí comenzó a realizar pruebas con diferentes ropajes, y descubrió que podía tintar todo tipo de prendas, dándoles un color rojo más puro que el de cualquier otro tinte. Durante esos meses averiguó que su roca se llamaba irita y que era desechada cuando se extraía. ¿Y si fuese una piedra cuyas virtudes nadie sabía?
Tras darle muchas vueltas y ver las posibilidades de dar un giro a su vida, decidió trasladarse al pequeño pueblo de Sirafen, al sur de Pilanos, donde una creciente industria minera hacía que el pueblo estuviera en boca de todo el mundo. No tardó en vender el negocio familiar para correr con los gastos y poder iniciar su nueva vida.
Cada mañana, mientras amanecía, le gustaba recordar esta historia y la suerte que tuvo al toparse con aquel hombre, pues su negocio nació gracias a él.
El trabajo la desbordaba, ya que, al ser la única fabricante de semejantes tintes, apenas tenía tiempo para descansar. Así que terminó su té, que ya estaba frío, y bajó al piso de abajo para comenzar con sus quehaceres.
La planta baja era una zona diáfana, con varias cubas enormes de madera, que usaba para disolver la irita en agua. A la derecha de la habitación había varios rascadores de metal, dispuestos para frotar las piedras y convertirlas en polvo. Finalmente, al fondo, tenía un amplio tendedero con cuerdas colgadas de pared a pared, donde dejaba secando los ropajes ya coloreados. Cubriendo el suelo había montones de manchas. Algunas rojas como el tinte con el que trabajaba. También había varias manchas negras de una sustancia pegajosa, parecida al té que solía tomar. Algo normal, pues muchas veces derramaba su taza, inmersa en el trabajo que estaba haciendo.
Ana se recogió su larga cabellera negra y se acercó a una de las cubas,
–Esto ya debe de estar listo–pensó para sí misma, pero se detuvo justo al borde del recipiente, mirando su vestido–. Diantres, ya he vuelto a mancharme –dijo mientras miraba su vestido de lino, a la altura del abdomen–. Bueno, ya lo limpiaré más tarde, tengo mucho trabajo.
Comenzó a extraer ropas y atuendos de las cubas, dando por iniciado su trabajo. Cada prenda, después de tintar, pasaba por unas prensadoras manuales para extraer toda la humedad posible. Seguidamente las colgaba de las cuerdas de secar y las dejaba varios días, momento en el cual estaban listas para su entrega.
Aquella mañana el trabajo le estaba siendo ameno, ya que el día anterior había dejado bastante adelantado para tener tiempo de su almuerzo. Un momento realmente especial, pues su querido Lance pasaba junto a su ventana, siempre a media mañana. Le encantaba poder cruzar una fugaz mirada con él y, de vez en cuando, una tímida sonrisa. Aunque nunca se atrevió a dirigirle una sola palabra, tenía pavor a ser rechazada. Ese miedo le inundaba cada mañana, en el momento de encontrarse con él, aunque su deseo de poder verlo siempre superaba a sus terrores. Así que, sin pensarlo, recogió la sala y preparó un té de hierbas para ir junto a la ventana a sentarse y esperar a su amado.
Se le había hecho algo tarde a pesar de tener tiempo de sobra, por alguna razón el té tardó más de lo normal en estar listo y, aun habiendo estado más tiempo preparándose, le parecía que estaba frío. Pero no importaba, no podía faltar a su cita. Así que se apresuró para estar en su posición para recibir a Lance.
–¡Dioses! –gritó de pronto Ana, mientras su taza de té caía al suelo, impregnando los tablones con la sustancia oscura y pegajosa que contenía.
Se quedó petrificada, un escalofrío recorrió su cuerpo al ver aquel rostro pegado a la ventana. Era un hombre de mediana edad, tenía una frondosa barba negra y miraba fijamente al interior de su vivienda.
–¡¿Qué hace ahí?! ¡¿Quién se cree que es?! –le espetó Ana con cierto nerviosismo–. ¡Le ordeno que respete mi propiedad y se vaya! –continuó.
Pero aquel hombre no se inmutó ante sus gritos. Ignorando las exigencias de Ana, miró de un lado a otro de la casa, parecía que buscaba algo. Detuvo la mirada en una de las cubas para después apartarse de la ventana y alejarse hasta desaparecer.
Ana, presa de los nervios, se sentó junto a la ventana, tratando de averiguar hacia dónde había ido con la intención de llamar a la guardia e informar del asunto. Pero no consiguió ver nada, tan solo estaban la calle y sus habituales viandantes. Estuvo un rato allí sentada, esperando a Lance, sin embargo, no llegó a verlo, quizás se le había hecho tarde, perdiendo la oportunidad de cruzar una mirada con él.
Tuvo tiempo para pensar y estaba casi convencida de lo que buscaba aquel hombre. No era otra cosa que el secreto de sus tintes para robarle la idea e imitar sus productos, algo que no pensaba permitir.
Se levantó decidida y atrancó la puerta por dentro. Se dirigió a la parte trasera con la intención de hacer lo propio con la otra puerta de acceso a su casa, pero una vez más, ahí estaba. Ese rostro estaba pegado a las cristaleras de la parte trasera, mirando fijamente el interior.
–¡Fuera! –gritó con todas sus fuerzas–. ¡No entrarás! –continuó mientras colocaba un barril de irita en la puerta y corría a refugiarse en la su habitación.
Bloqueó la puerta y comenzó a llorar.
–Me están acechando, quieren entrar y llevarse el secreto de mis tintes... No se lo permitiré –dijo para sí misma.
Se sentó junto a la ventana, mientras sollozaba, con la esperanza de ver a un guardia al que poder hacer señas y pedir auxilio. Pero no hubo suerte, tan solo la misma gente de cada día, pasando una y otra vez, preocupada en sus quehaceres.
Sin apenas darse cuenta cayó la noche y ella, esperando en su ventana, fue vencida por Morfeo, que la arropó en sus brazos.
Despertó de un respingo al entrar la primera luz del alba a través de los cristales. Se quedó mirando el amanecer como cada día, mientras sostenía una taza de té. Dio un pequeño sorbo mientras recordaba a aquel extraño hombre que intentaba encontrar algo en el interior de su casa.
Nunca le había pasado algo tan extraño y estaba preocupada. Pensó en salir y acudir al cuartel de la guardia para pedir ayuda, idea que descartó casi al instante, ya que pensó que quizás le esperaban fuera para atraparla en cuanto abandonara su vivienda. Dio otro sorbo a su taza,
–Mmm, se ha quedado frío y está un poco agrio –dijo para sí misma, mientras dejaba la taza sin terminar–. Seguro que, si espero, en algún momento veré a algún guardia al que pueda avisar.
Y justo fue lo que hizo. Sentada en su ventana miró la calle durante horas, esperando poder dar el aviso y que alguien la socorriera. Observó cómo la vida en el pueblo iba levantándose, el carnicero pasó con su carreta repleta de encurtidos y comestibles. Más tarde pudo observar como el panadero colocaba su puesto al otro lado de la calle para vender sus deliciosas hogazas. Al verlo ahí parado trató de hacerle señas, alertarlo para que la ayudara, acción inútil, ya que no consiguió llamar su atención, parecía demasiado ocupado en sus tareas.
Pasadas algunas horas pensó en su querido Lance, quizás podría verlo pasar, aunque él seguro que no la veía, ya que ella no estaba en su emplazamiento habitual. Pero tenía demasiado miedo de aquel hombre, aquel rostro siniestro, y no se atrevía a bajar al taller para esperar a su amado.
Un golpe seco, procedente de la planta baja, la sacó de sus pensamientos y provocó que diera un pequeño salto de la repisa donde se sentaba.
–Oh dios... Hay alguien en el taller –dijo en voz baja, temblorosa.
Se aproximó a la puerta de su habitación y pegó la oreja a la fría y vieja madera de la puerta, tratando de escuchar qué ocurría en la parte baja.
Unos pasos hicieron crujir la desvencijada madera del suelo. Pudo oír cómo avanzaban por toda la planta y comenzaban a subir las escaleras. El sonido cada vez era más cercano hasta que se detuvo de golpe, cerca, muy cerca. Se apartó de la puerta, asustada, mirando con fijeza el cierre, preparada por si intentaban abrirlo.
Sin embargo, no ocurrió nada, ni siquiera volvió a escuchar cómo se alejaba quien fuera que se había plantado frente a su puerta. Sus pensamientos se arremolinaban, la ira, el odio, el miedo y la inquietud se apelotonaban en su mente. Se sentía atacada y no pensaba amedrentarse, hoy no, defendería su casa y negocio con uñas y dientes.
En un arrebato de valor, agarró un robusto candelabro de su habitación y se dispuso a averiguar qué estaba ocurriendo al otro lado de su puerta. Abrió el cierre y con cuidado se asomó por ella. El pasillo estaba vacío, no había ni rastro del intruso. Sacó su cuerpo de la habitación, mirando el corredor que daba paso a las escaleras de bajada. Observó las paredes y el suelo, por alguna razón le dio la impresión de que estaban envejecidos, gastados. Normalmente tenía tanto trabajo que no disponía de tiempo para rendir cuentas a detalles como ahora, pensó en llamar al carpintero en cuanto solucionara su problema más inmediato, que no era otro que aquel intruso.
De pronto se sobresaltó al ver una extraña runa pintada en una de las paredes, brillaba con una luz blanca y cálida. Se acercó para observarla de cerca, lo que provocó que le invadiera una sensación de cansancio y letargo.
Se apartó con rapidez llevándose una mano a la boca.
–Es un hechicero –dijo para sí misma, cada vez más aterrorizada–. ¿Qué quiere de mí? ¿Qué interés puede tener en mi irita? ¿Sus piedras tendrían poderes mágicos que aquel hechicero codiciaba?
Las preguntas se agolpaban en su cabeza, preguntas que la inquietaban. Retiró la mano de su rostro y observó algo que la horrorizó. La palma de su mano estaba manchada de sangre, oscura y espesa. Con el mandil que llevaba puesto se apresuró a frotarse el rostro observando que había sangrado por la boca. Miró la runa y entendió que era una trampa. La sensación de cansancio y letargo que había sentido al acercarse era su efecto, el cual estaba convencida de que, de exponerse demasiado a él, acabaría matándola.
El valor que la había empujado a salir de su habitación la abandonó de golpe, tenía miedo, ¿cómo podía una simple comerciante enfrentarse a un hechicero que pretendía hacerse con su irita?
Corrió de vuelta a su cuarto, donde volvió a encerrarse, esperando poder avisar a alguien a través de su ventana, su vieja y sucia ventana, desde donde podía ver toda la calle.
Pasó varios días encerrada allí arriba. Podía ver siempre la misma rutina, siempre las mismas personas, los mismos comerciantes, los mismos rostros. Se colocaban puestos de venta, se desmontaban y se recogían, recorrían la calle personas con bártulos, inmersos en sus tareas diarias, el carnicero pasaba diariamente con sus productos haciendo exactamente la misma ruta de siempre, así como el panadero que vendía en su puesto sus hogazas. Pero ningún guardia hacia la ronda por aquel lugar, después de todo era una de las calles con menos incidentes de la ciudad, por lo que no era muy necesario destinar patrullas por allí.
Tampoco vio en ninguno de aquellos días a su querido Lance, era posible que al no verla esperándolo, decidió dejar de pasar frente a su ventana, pues debió de pensar que no era correspondido. Algo que llenó de congoja y tristeza su corazón, ya que no había otra cosa que deseara más que poder tener su fugaz encuentro diario con su amado.
Desconsolada y triste se acurrucó en la repisa de su ventana y se quedó profundamente dormida, el cansancio había podido con ella después de varios días sin apenas pegar ojo.
Despertó de un respingo, al entrar la primera luz del alba a través de los cristales. Se quedó mirando el amanecer como cada día, mientras sostenía su taza de té. Dio un pequeño sorbo mientras pensaba cómo salvar aquella situación.
–Mmm, se ha quedado frío y está un poco agrio –dijo para sí misma, mientras dejaba la taza sin terminar–. Tengo que ir al cuartel de la guardia, necesito ayuda –se convenció, mientras pensaba en atravesar lo más rápido posible el pasillo para evitar la trampa.
Se colocó el vestido para salir a la calle algo presentable.
–Demonios, se me había olvidado, sigo manchada de tinte y ahora, además, también de té. Se me debió de caer encima con el susto del otro día –dijo al volver a ver la mancha de su vestido, que ahora se había oscurecido, tomando algunas partes de la misma tonos negros–. No importa, no puedo perder el tiempo –continuó mientras desbloqueaba la puerta de su habitación.
Salió al pasillo, tan nerviosa que olvidó agarrar el candelabro para defenderse. Sorteó con rapidez la runa de la pared, evitando incluso mirar su cálida luz. Cuando llegó a las escaleras redujo el paso, ya que pensó que lo más conveniente era bajar despacio y con cautela, por si aquel individuo le estaba esperando abajo.
Mientras descendía, peldaño a peldaño, el frío inundó su cuerpo, parecía que estaba bajando a la mismísima región de los hielos errantes. Cuando alcanzó a ver la planta baja se llevó la mano a la boca, tratando de reprimir un grito de terror.
Estaba todo destrozado. Trozos de madera pertenecientes a sus cubas estaban diseminados por todo el suelo, un líquido oscuro manchaba gran parte de la habitación y sus encargos estaban rasgados y deteriorados. El portón de salida se encontraba abierto de par en par, dejando entrar la fría brisa de la mañana.
–¡No! ¡Maldita sea! ¡Han entrado y lo han destrozado todo! –espetó con rabia e ira.
Buscó los barriles con irita, pero seguían ahí, intactos. No lo entendía, si no habían venido a por la irita, ¿qué querían? ¿Por qué habían destrozado su casa? Y entonces lo vio, aquel hombre con barba estaba justo frente a su puerta, mirándola directamente a ella desde el exterior.
La ira y la rabia se apoderaron de ella y corrió hacia él sin control.
–¡Te mataré desgraciado! ¡Has destrozado todo lo que tenía! –dijo gritando mientras se abalanzaba hacia él.
Pero al acercarse vio a dos hombres más que le acompañaban, estaban armados con espadas y portaban una armadura blanca repleta de runas brillantes, similares a la que había en su pared. Frenó en seco a mitad de camino al verse superada,
–¡¿Necesitáis ser tres para asesinar a una comerciante indefensa?! ¡Pues venid a por mí! ¡Estoy lista! –vociferó con tono despectivo.
–Señor, deberíamos... –susurró uno de los caballeros.
–¡No! –ordenó de forma tajante el hombre con barba–. Ya sabéis que es necesario que salgan ellos mismos. Esperaremos.
–¿Tan cobardes sois? –se burló Ana–. ¡Pues no hará falta que esperéis mucho! –continuó mientras se lanzaba sobre sus atacantes, presa de la ira.
Atravesó la sala a toda prisa, con la intención de saltar al menos sobre uno de ellos y arrancarle la cara a bocados, ya que ella se encontraba desarmada. No moriría sin presentar resistencia. Pero justo en el momento en el que atravesó la puerta, se apartaron sin darle tiempo a agarrar a ninguno, haciendo que trastabillara, acabando en el suelo de la calle.
En ese instante se dio cuenta de que ocurría algo extraño. Miró sus brazos y se horrorizó, su carne estaba putrefacta, repleta de pústulas y manchas negras. Se llevó la mano a la boca y comprobó como un extraño líquido negro emanaba de ella. Se miró el vientre, observó que tenía una enorme herida que supuraba una sustancia oscura y pastosa.
Entonces lo entendió. Todo era culpa de aquellos hombres, la debían de haber hechizado. Sin dudarlo se levantó y saltó sobre ellos, pero no tuvo tiempo de hacer nada. Una espada con un veloz movimiento atravesó su cuerpo. Un fulgor cálido le recorrió por completo, haciendo que sintiera una inmensa paz que hacía tiempo no experimentaba.
Vio su cuerpo inerte en el suelo, aunque no parecía el suyo. El cuerpo estaba demacrado y podrido, como si llevara meses muerto. Le faltaban varios trozos de carne de brazos y piernas, y mostraba una enorme herida en el vientre, tenía aspecto de mordedura. Se miró las manos y esta vez sí que las reconoció: eran las suyas, tal y como las recordaba, aunque semitransparentes. Estaba muerta. ¿Había estado muerta todo el tiempo? No lo entendía. Una luz templada en el horizonte le empujaba a seguirla, pero algo llamó su atención, era aquel hombre con barba que le estaba hablando mientras la miraba directamente.
–Ahora por fin eres libre, sigue el camino y hallarás la paz.
El odio y la ira se transformaron en agradecimiento y consuelo. Por fin lo había comprendido. Ese hombre la había liberado. No pudo responder, pero no fue necesario, su mirada expresó todo lo que ella quería, ya que aquel individuo asintió sonriente a modo de despedida. Ana se giró y desapareció en aquella luz que la reconfortaba.
–¿Por qué tenemos que hacer que salgan? –preguntó uno de los soldados armados.
–Puedo ver sus almas, y las de este pueblo están atrapadas por un poderoso demonio del horror –contestó un hombre vestido con una túnica blanca y una frondosa barba negra–. Las mantiene cautivas para alimentarse de sus miedos, obligándolas a repetir una y otra vez una fracción de tiempo determinada. Si no salen de sus "prisiones", aunque las matemos, sus almas no serán libres.
–¿Y esta? ¿Cuál era el miedo que la mantenía atrapada? –preguntó el otro soldado.
–El miedo al rechazo, el demonio se aprovechó de que estaba enamorada y del terror que tenía a ser rechazada. Así la mantenía confinada en casa, por su pavor a no ser correspondida –explicó el hombre con barba.
Otros títulos del Autor
Reseña Falmung y la Gema de la Oscuridad. Comprar.
Reseña Falmung y el Demonio del Horror. Comprar.
Acerca del autor
Jose Luis Martinez es el autor de la exitosa saga de Falmung (que va por
su tercera edición), la cual incluye novelas de fantasía épica,
fantasía oscura y toques de terror. Su pasión siempre ha sido mezclar
los libros de fantasía con las novelas de terror que tanto le han
gustado, cosa que ha hecho con mucho acierto.
¿Qué opinas? ¿te ha gustado el relato? ¿te animarías con alguno de los libros? Por favor, deja tu respuesta en un comentario. Gracias!
"La vida es cambio. El crecimiento es opcional. Elige de forma inteligente." - Karen Kaiser Clark.
Me tengo que leer la segunda parte de Falmung pero ya ^^
ResponderEliminarTremendo eh, me has dejado sin palabras.
ResponderEliminarun bes💕
m&b
Suena bastante bien, y no había leído nada del autor. A ver si más adelante que se me pase la resaca de relatos que he tenido este mes, puedo coger algún libro de relatos de nuevo.
ResponderEliminarB7s
Hola.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, sin duda el autor me encanta como escribe, me gustaría algún día darle una oportunidad a sus novelas de fantasía épica.
Muchos besos.
Madre mía!!! Qué relato más intrigante. No conocía a Jose Luis Martínez, pero su manera de atraparte mientras lees, es de admirar. Gracias por el descubrimiento!!! Al otro lado, queda anotado, para una de mis próximas lecturas. Bss
ResponderEliminarYo nunca suelo decirle no a un libro de relatos, me suelen gustar todos, da igual la temática que lleven, es en si el género relatos lo que me gusta 😉 ahora estoy saturada y quiero tomarme un descanso largo, pero más adelante intentaré leerlo, anotado.
ResponderEliminarBesitos 💋💋💋
Hola, pues la verdad que si me ha gustado el relato, no conocía a Jose Luis Martínez, con lo que he leido si leeria algo más de él, voy a leer las otras reseñas que tienes de él, bss
ResponderEliminarHola guapa!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato! Hacia la mitad ya he intuido el destino de nuestra protagonista pero tienes razón en que el final es inesperado!
Que ganas de leer algo más del autor
Un besazo
No es de mi estilo pero desde luego tiene que estar el escritor henchido de orgullo con tu opinión.
ResponderEliminarBesos.
Pues creo que hasta el momento no habia leido nada de Jose Luis pero me ha gustado mucho el relato! bueno ya sabes que soy de leer terror y demas o sea que no podia encontrar nada mejor! me gusta mucho la atmosfera que ha creado y como el desenlace te coje por sorpresa, me ha gustado mucho, tendre que ver que otros fragmentos tienes suyos en el blog!
ResponderEliminarSuena bastante interesante, me gustó mucho el relato, no conocía al autor aunque no descarto el darle una oportunidad en un futuro. De momento solo lo apuntaré ya que tengo muchas lecturas pendientes por realizar.
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarNo había leido nada del autor y no lo conocía. Me lo apunto pero ya para buscar sus libros y empezar a leerlo. Creo que a mi novio le encantaría su estilo y temática.
Gracias por la recomendación
La verdad es que nunca me he parado a ver si repites autores...El relato no ha estado mal, pero tampoco me engancha . A ver si dentro de poco me enseñas una reseña de las que me encantan y me quedo enganchada. BSS
ResponderEliminarVaya!! si que me sumergí como en una peli... Muchas gracias por esta maravillosa propuesta, a mi me encantó.
ResponderEliminarHola guapa, he empezado leyendo el relato como si fuera otra reseña tuya y me he ido enganchando con cada línea, menudo final!! Pero vamos decirte que me ha encantado, no conocía a este autor pero será cuestión de seguirle la pista. Muaks
ResponderEliminarHola!! Muy bueno, no conocía nada del autor, gracias por subirlo!
ResponderEliminarHola! Muy interesante. Gracias por compartir el relato, no conocía al autor. Puede que le de la oportunidad a sus libros en el futuro. Besos
ResponderEliminarInteresante relato
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